EL NIÑO PERDIDO, DE VALDENUÑO-FERNÁNDEZ
Tradición e historia, se dan cita en la Campiña
Guadalajara, no cabe la menor duda, es tierra de cantos y de danzas. La Campiña y la Sierra más que la Alcarria, en donde se encuentran otras tradiciones arraigadas al calendario festivo. Sin embargo, por la Sierra, la danza es algo habitual a muchas de las celebraciones. Danzas vistosas, alegres, sonoras, que transportan a quien las vive y contempla a tiempos lejanos, a épocas pasadas y alegrías siempre vivas en el sentir de nuestras gentes.
En Valdenuño-Fernández las danzas se hacen a honra y gloria del Niño Perdido, perdido y hallado en el templo; que nada tiene que ver con todas las leyendas que, en torno a los niños perdidos, se trazan por estas sierras, en noches de penumbra y luminaria cercada de nieve.
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No muy lejos de estas campiñas nos dejó Sinforiano García la leyenda de los “lobos del Carrascal”, que ronda por Torrebeleña; y Layna Serrano nos habló de alguna similar por tierra de Galve, y quien esto escribe pasea todos los veranos por la raya que divide su pueblo adoptivo, en tierra de Ávila con la de Cespedosa de Tormes, en la de Salamanca, y en cuyos límites se alza la “Cruz de la Niña”, en memoria, en esta ocasión, de la chiquilla desaparecida; que estos niños, y niñas perdidas, en leyenda similar, fueron cosa de lobos. Y ese es otro cantar.
El Niño Perdido de Valdenuño, cuenta la tradición, salió de su casa y, tras darlo por muerto, apareció al resguardo de la iglesia; corrían los primeros tiempos del siglo XVIII.
Valdenuño-Fernández, una tierra mágica
Tal cual podríamos denominarla, pues podría ser, Valdenuño, el escenario de un cuento, como su nombre podría indicarnos: “El Valle de Nuño Fernández”, que seguro que por ahí comenzó, cuando los caballeros castellanos, alaveses o navarros, iniciaron el descenso de las altas tierras de allende el Duero, para ir acercándose a las bajas del Tajo.
De entonces, de aquellos tiempos épicos medievales, data seguramente la fundación de la villa, que fue poblachón de crecido número de vecinos, y de peleas sin cuento, peleas que surgieron allá por el siglo XVI, después de que, desde los remotos de la reconquista, tras su paso por las tierras y señores de Hita y Uceda, con el intermedio del señorío episcopal de los arzobispos de Toledo, la necesidad hiciese que el rey, don Felipe II el Prudente, desgajase la tierra del señorío de los arzobispos toledanos y la sacase a la venta con la sana intención de sanear unas haciendas reales cuyas arcas no parecieron tener fondo.
Ya apareció por estas mismas páginas don Melchor de Herrera, quien recibió el significativo título de Marqués de Auñón, y quien adquirió no solo tierras por la parte de la Alcarria, puesto que igualmente ascendió a estos lares campiñeros, adquiriendo en aquellos lotes puestos a saldo las villas de Talamanca y Valdenuño, entre otras. Aquel fue siglo en el que los inversores, como don Melchor de Herrera, adquirían, en lugar de propiedades rústicas, poblaciones enteras, con sus gentes, sus tierras, sus caminos, sus ríos, sus justicias y, si así nos ponemos, sus horizontes y cielos.
Don Melchor de Herrera, quien adquiriese Talamanca y Valdenuño, entre otras poblaciones, firmaría la compra en 1577 para rentabilizar poco después la inversión traspasando lo comprado a otro de los magnates que por aquel tiempo andaban al medro, don García López de Alvarado, de los Alvarado del Perú, llegado pocos años antes de aquellas remotas tierras de las que se trajo, a más de importante capital, los títulos de Mariscal y Capitán General del Perú.
Claro está que los hijos de Valdenuño no se mostraron muy conformes en perder libertad e independencia de aquella manera, acudiendo al tanteo y, a pesar de que lo suyo les costó, ya que hipotecaron al pueblo por dos o tres siglos, lograron que el Rey, en el trono ya don Felipe III, revirtiese la venta entre el de Auñón y el de Alvarado, declarando a Valdenuño Villa de por sí, y dueña de su propio destino. Con ello se alzó rollo o picota, cadalso y todos los emblemas que acompañaron el título.
Don Melchor de Herrera se quedó con el dinero que don García López de Alvarado le pagó, y don García se tuvo que conformar con ser Señor de Talamanca y Marqués de Villamayor, antes de que la familia, como le sucedió al de Auñón, se arruinase y vendiese sus propiedades, a precio de saldo, a la duquesa de Béjar, que lo era doña Teresa Sarmiento.
Fiesta en Valdenuño-Fernández
Por aquellos tiempos las festividades de Valdenuño-Fernández eran más sencillas que las que vendrían después, celebrando con misa mayor la festividad de San Bernabé, a quien dedicaron su magnífica iglesia, y con San Bernabé las clásicas de por aquí. La Ascensión del Señor, que fue fiesta grande, en la que los vecinos, por voto del Concejo, se privaban de comer carne en señal de sacrificio a fin de atraer la mano divina que mejorase cosechas y cabañas ganaderas; el San Juan del 6 de mayo, que seguramente se votó para salir al campo a bendecir los trigos; la Concepción de Nuestra Señora, por el mes de diciembre, en voto que, contaron quienes lo vivieron, formalizó el concejo el 3 de diciembre de 1557, festejando el día entero y saliendo en procesión, desde la iglesia, a recorrer el lugar, que entonces todavía no tenía el título de Villa.
E igualmente, con procesión mayor, se festejó a Santa Catalina y a Santa Quiteria, que las votaron como jornadas festivas a fin de que librase a los ganados de Valdenuño de la rabia, que por entonces debió de ser mal mayor, perdiéndose cabañas enteras de ganado. Había otra fiesta, la de la Pascua del Espíritu Santo, pero de esta no tenían noticia del porqué de su celebración. Y también, a fin de buscar protección para las mujeres, se festejó a Santa Águeda.
El Santo Niño, en Valdenuño
La festividad del Santo Niño que en Valdenuño se celebra, también se festeja en Majaelrayo, y tuvo celebración significativa por la tierra de Beleña de Sorbe, Aleas y La Torre de Beleña.
En Valdenuño se tiene constancia de llevarse a cabo, al menos, desde mediados del siglo XVIII. Con anterioridad, salvo cabos señalados, no se tenía costumbre de anotar los calendarios festivos.
Las primeras crónicas hablan de los inicios del siglo XIX, poco más o menos, y más señaladamente de los años últimos del siglo. Con el siglo XX llegó el mayor conocimiento y la investigación de los etnógrafos, que lanzaron la festividad a la categoría de monumento cultural.
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Conjuga la fiesta, además de la religiosa en honor al Santo Niño, con la tradición de las danzas, ejecutadas en tiempo pasado por los mozos del pueblo, seguramente que entrados en quintas, y se unió a ellos otro de esos personajes que se nos han cosido al folclore patrio, la botarga, quien como en tantos festejos, ha de encargarse de mantener el orden, y azuzar al desorden, llegado el caso, puesto que todo va unido en nuestro diabólico personaje. Tanto que algún párroco, siguiendo el dictado del señor obispo, no permitió que tan diablesca figura entrase en la iglesia.
Pero aquello ya es agua pasada. Hoy los danzantes, que han de salir el próximo domingo, como siguiente a la Epifanía, han de llenar de música de paloteo; de danza ancestral, de ritmo cultural, de devoción histórica y sentimiento que apretuja el corazón, la tierra de sus mayores. Describir la danza, vivir la fiesta y sentir todo lo que conlleva, es cosa que no se puede contar. Es algo que hay que vivir, en su propio escenario, enjugando el hoy con el ayer; el ayer con el siempre. Como se conjugan las tradiciones, cuando el corazón manda.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 5 de enero de 2023
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