ALARILLA: LA PRIMERA BOTARGA
En el año de las botargas, Alarilla es la primera en el calendario provincial
Alarilla es uno de los pueblos que en su día pertenecieron a la Tierra de Hita y que en la actualidad todavía se mantiene fiel a la historia, como pareciéndose cobijar al amparo del cerro sobre el que el Marqués de Santillana, Don Íñigo López de Mendoza, mandó alzar, o renovar, el castillo que dominó una importante parte de la provincia, sobre la más enriscada altura de Hita, desde la que, además de esta parte de Guadalajara, cuando los días clarean y no espejean las nubes, se atisba a divisar la otra parte de sus tierras, las de Buitrago.
Don Íñigo sucedió a don Fernán García de Hita; don Íñigo López de Orozco o don Pedro González de Mendoza, el de Aljubarrota, en la tenencia de la tierra de Hita; la tierra que, si hacemos caso a la leyenda legendaria que nos dicta el Poema del Cid, pudo ser conquistada por aquel noble caballero que, partiendo de Burgos, llegó a ser alma y ser de una parte importante de Guadalajara, Alvar Fáñez de Minaya, el pariente de Mío Cid, Rodrigo de Vivar.
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En la actualidad, Alarilla cuenta con una población censal que ronda el centenar de habitantes; hace poco más o menos un siglo, el número de habitantes se multiplicaba por cuatro o cinco. El descenso de población, no obstante, no ha impedido que se mantengan sus monumentos, representados por su más que emblemática y singular iglesia que, dominando la población, se asemeja a un castillo oteando desde lo alto.
También se han mantenido, aunque tiempos hubo en los que se adormecieron, algunas costumbres folklóricas, representadas por su más que colorida botarga, o zarragón, la primera en hacer aparición, de las decenas que ya, por esta parte de la Campiña de Guadalajara que se nos va arrimando a las tierras serranas, comienzan a cencerrear en estos inicios invernales.
Hita y Alarilla, dos historias gemelas
La Muela y Colmillo de Alarilla también se divisan desde una importante parte de las tierras de Guadalajara. Desde sus alturas, en los días de vientos suaves, se lanzan a volar los que un día fueron llamados “hombres pájaros”, cuando por esta parte de la tierra comenzaron a tenderse las alas de los parapentes, que atrajeron la atención de las gentes del campo que, como cosa nueva, no dejaban de mirar a los cielos como aguardando el momento en el que cualquiera de aquellos artefactos, con su volador a bordo, se estampase en cualquier barbecho. Y es que muchos de nuestros mayores no entendían aquella locura, o pasión, por lanzarse desde las alturas de Alarilla a observar mundo. Hoy es, la Muela de Alarilla, uno de los lugares más buscados para practicar la aventura, o deporte, de volar. En pocos días, desde la Muela, incluso los enviados de los Magos de Oriente, se lanzarán a los vientos para caer sobre los pueblos de esta parte del Valle del Henares, repartiendo ilusión.
La historia reciente, la de hace cuatro o cinco siglos hacía acá, nos viene a decir que Alarilla mantuvo lazos con Hita en cuanto a dichas y desventuras. Que fueron más las últimas que las primeras, como suele suceder en ocasiones. O más bien, desde que las tropas de Archiduque de Austria, cuando se quiso coronar rey de las Españas por los inicios del siglo XVIII, asoló parte de estas tierras y dejó sin pan y sin hogar a algunos de los pueblos del entorno de Alarilla, que quedaron despoblados, desde Maluque a Torrientes. Las consecuencias también se vivieron en Alarilla, que quedaron sin pan, como los otros.
Seguro que ya para entonces las botargas, los zarrones o zarragones hacían, por estos días, de las suyas. O a lo mejor comenzaron por entonces a menear los cencerros, para espantar el mal, amenazador siempre de los humildes vecindarios.
Zarrones, cagarrones y zarragones
Es probable que los antecedentes de nuestras botargas sean mucho más remotos y herederos de otros puntos de la península, esencialmente Galicia, Asturias, León, Zamora o Palencia, donde aún perduran personajes de este tipo, como resto de los nacidos en la Alta Edad Media, que fueron tenidos como una especie de actores callejeros que divertían al público con grotescas funciones juglarescas. En ello entran algunos estudios, como los de García Sanz, López de los Mozos o el autor de estas líneas, en su “Botarga la Larga. Carnaval en Guadalajara”, un referente ya en el mundo de la botarga nacional.
Dentro del ámbito provincial es escaso el número de éstos personajes en su estado puro, hay, eso sí, casos conocidos en los que la figura central del carnaval recibe el nombre de zamarrón; sin embargo su actitud va más en línea con los clásicos botargas que con los del representativo figurante descrito en el noreste, diferenciado del botarga por su vestimenta, menos colorista, y si lo hubo quedó absorbido por la figura del botarga.
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Estos personajes salen durante un largo período de tiempo que comienza en Navidad; alcanza su apogeo en torno a San Blas, Santa Águeda y la Candelaria y finaliza con anterioridad al miércoles de ceniza, salvo casos muy señalados en los que se trasladaron sus festividades.
Común a todas las botargas es hacer sonar cencerros o campanillas, arrojar paja, pelusa o ceniza; cobrar por entrar en la iglesia, robar confituras etc., sin embargo cada uno de ellos tiene sus propias señas de identidad que si bien comienzan siendo fieras, terminan en casi todos los casos invirtiendo sus papeles; siendo la mayoría representaciones demoníacas o de animales; animales, esencialmente los de pastoreo, como vacas o cabras, tuvieron alta incidencia en el nacimiento de éste tipo de festejos entre los pastores, tanto como la representación del mal encarnada en el demonio.
La botarga de Alarilla
La Botarga de Alarilla es de las pocas que conservan el nombre de Zarragón, como vestigio del pasado.
Hace su aparición en los minutos siguientes al inicio del nuevo año, como el personaje benigno que ante la nueva vida que aquél ha de traer sale a desear bienestar y prosperidad a hombres y mujeres para el año que se inicia, ahuyentando los malos espíritus con el ruido que sus cencerros producen recorriendo no las calles, y los cercanos campos de la población, a fin de conjurar las fuerzas de la naturaleza en beneficio de la futura cosecha.
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Gestos y actos que volverá a repetir en la amanecida, retornando a la población para ir de puerta en puerta con el fin de que todos los vecinos conozcan su presencia a lo largo de la mañana; hasta que las campanas de la iglesia anuncien de forma oficial el llamamiento para la misa de Año Nuevo. Será entonces cuando desde el lugar en el que se encuentre corra para plantarse ante las puertas de la iglesia, en compañía de sus mayordomos; puertas que únicamente franqueará tras recibir una limosna.
Al escucharse el tercer toque, que indica el comienzo de la misa, la botarga se desprende de su careta, depositándola junto a los cencerros y la porra ante la puerta, antes de pasar al interior para así escuchar, como un vecino más, el oficio; reiniciando tras éste su función, mitad burlesca, mitad mágica; pues dará buena suerte a todo aquél que consiga tocar su cachiporra, que no es fácil.
Cuenta J. R. López de los Mozos en sus “Fiestas Tradicionales de Guadalajara, que la botarga de Alarilla: Es una especie de janitor, de Jano que termina un año con la cara vieja y saluda al que entra con la cara de un niño imberbe.
Por Alarilla, y al compás de su botarga/zarragón, es por donde comienza el año de Guadalajara, y de sus botargas que, seguro que este año, nos traerán buenas noticias. ¡Al cencerro! ¡Y feliz nuevo Año!
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 30 de diciembre de 2022
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