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EN TORNO A FUENCEMILLÁN Y SU BOTARGA DE SAN PABLO

 

 EN TORNO A FUENCEMILLÁN, Y SU BOTARGA DE SAN PABLO. La botarga de San Pablo, en Fuencemillán, pondrá color y tradición a la población, un año más

 

  Fuencemillán nació como espacio urbano alrededor de su actual iglesia. Si bien se apunta igualmente que la fundación de la población pudo estar situada en el entorno de la fuente que en la parte baja del pueblo habría dado, además, nombre a la primitiva aldea, conocida como “La Fuente de Millán”.

   Respecto a sus orígenes, nos apunta quien fuese cronista provincial Juan-Catalina García López en sus “Aumentos” a las Relaciones Topográficas, editadas en 1903, que no cree que el pueblo se remonte a mucho más allá de la Edad Media, introduciéndonos en unos orígenes que estarían entre los siglos XIV y XVI, a pesar de que algunos restos de su iglesia nos mandan a los tiempos del románico, quizá a los años finales del siglo XIII.


 

   Lo que sí que está claro es que su historia está ligada a la tierra de Cogolludo desde que esta pasó a pertenecer, primero, a la Orden de Calatrava; después a los todopoderosos Medinaceli que mandaron alzar en la plaza de aquella villa una de las enseñas provinciales a través del gran y elegante palacio que al día de hoy es embeleso, al menos, en esta parte de la provincia de Guadalajara.

 

La Villa de Fuencemillán

   El 21 de julio de 1705, el rey don Felipe V concedía a los fuencemillenses el título de Villa, desvinculándolos de Cogolludo para algunos temas relacionados con la justicia local, que era de lo que se trataba; comprando, puesto que el proceso de la obtención del título de villazgo no era sino una transacción mediante compra de derechos a la corona, su propia libertad en aquel sentido.

   No salió mal parada la hacienda real con el otorgamiento a Fuencemillán de su anhelado título. Entre todos los vecinos, reunidos sin duda en Concejo, tuvieron que ayuntar, para pagar aquel derecho, los 570.000 maravedíes de vellón en que los oficiales del rey tasaron título y derechos que, a pesar de todo, fue protestado por el concejo de Cogolludo; sin éxito, por supuesto. Los duques de Medinaceli y marqueses de Cogolludo, entendiendo que se respetaban sus derechos señoriales y continuarían cobrando, entre otras partidas, sus mil trescientos reales de alcabalas, dieron el obligado visto bueno.

   El 30 de julio de aquel 1705, el juez nombrado por el rey, don Eugenio de Vivar, con todas las formalidades habidas y por haber, hizo entrega del título de Villa. Alzando los de Fuencemillán, en señal de ello, la picota jurisdiccional en la plaza y la horca en el que entonces se denominaba “cerrillo de los Corrales”; pues para aquel tiempo ya estaba extendida la norma, o ley, de que las ejecuciones a la última pena por semejante método, tuvieran lugar fuera de las poblaciones; de ahí que en tantas exista, cercano a ellas, el “cerro de la horca”.

   A pesar de que todas las formalidades se cumplieron, los alcaldes de Cogolludo entraron en la nueva villa, mientras en ella se celebraba el acto de entrega de su título, vara en alto, protestando e interrumpiendo la fiesta; regresando a su casa con la cabeza baja.

 

Nombres para la historia

   Algunos apellidos familiares destacaron a lo largo del tiempo en la historia de Fuencemillán. Apellidos que, cosa lógica, llegaron de otras partes y aquí se aposentaron quienes los ostentaron. Entre ellos el Conde, el Leal, el Magro o el Zurita.

   Carmen Leal, cuyos pasos salieron de Fuencemillán, fue una de aquellas mujeres que triunfaron en el Madrid de los últimos años del siglo XIX en el mundo de la zarzuela y de la copla, antes de cruzar el mar y continuar haciéndolo al otro lado, por las Américas, en el primer decenio del siglo XX; y su primo, don Genaro Leal Conde pudo ser, si la desgracia no hubiese acompañado los pocos años que disfrutó de vida, uno de los grandes pintores provinciales de su tiempo.



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   Aquí nació en 1867, dio sus primeros pasos, comenzó a soltarse en aquello de emborronar lienzos y, tras obtener una de las becas de estudios de la Diputación provincial, los continuó en Roma y se significó en la Academia de Bellas Artes de Madrid, donde fue alumno de Casto Plasencia; ejerciendo después como profesor numerario de dibujo en los institutos de Burgos y de Soria.

   Ya colgaba alguno de sus lienzos en las salas de la Diputación de Guadalajara cuando, desde Soria, optó al magisterio del instituto de nuestra capital en tiempos en los que la enfermedad lo vino a visitar, llevándoselo a su caverna el 23 de diciembre de 1904.

   Don Pedro Magro, que fue clérigo de la villa, fundó en ella el Hospital de Transeúntes en el primer tercio del siglo XVII, y su sobrino, don Santiago Magro y Zurita, de la nada, alcanzó a ser uno de los canonistas más prestigiosos de su tiempo, el que medió entre el último tercio del siglo XVII y el primero del siguiente. Tampoco la suerte fue aliada en sus destinos; el 5 de mayo de 1732 fue nombrado para ocupar la Fiscalía de la Audiencia de La Coruña y, al día siguiente, falleció.

 

La fiesta de San Pablo

   La iglesia de Fuencemillán está dedicada a San Juan Bautista, perteneciendo al arciprestazgo de Tamajón y a la diócesis de Toledo hasta bien entrado el siglo XX y su fiesta principal, desde que se tiene noticia de ella, estuvo dedicada a San Pablo.

   Ya en aquellas más que estudiadas Relaciones Topográficas que nos mostraron parte de la vida de nuestros pueblos hasta los últimos años del siglo XVI se habla de ella; las Relaciones de Fuencemillán se llevaron a cabo en Cogolludo, como correspondía por ser esta la cabeza de la tierra, el 20 de diciembre de 1580 ante el Licenciado Zavala, compareciendo a su presencia Juan Benito, regidor del lugar; al señor Licenciado confesó que en Fuencemillán: tienen por abogado al Señor San Pablo y que le guardan su fiesta porque le tienen voto de ello en el dicho lugar…

   Años después lo mismo, más o menos, respondieron a don Antonio Ariza, Juez Subdelegado para el establecimiento de la Única Contribución.

   Para entonces, para cuando don Antonio Ariza se personó en Fuencemillán, el 22 de marzo de 1752, ya tenían los vecinos su título de villa, sus alcaldes ordinarios y sus regidores propios. Entre todos volvieron a repetir que su fiesta no era otra que la de San Pablo, la conversión de San Pablo para ser más precisos, que celebraban por todo lo alto como una más de las fiestas invernales que tanto predicamento tienen por los cuatro puntos del horizonte provincial.



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   Fue costumbre desde los más remotos tiempos, que estas fiestas invernales fuesen celebradas a lo grande por los pueblos, San Antón, San Ildefonso, La Candelaria, San Sebastián, o San Blas con música de gaita, función mayor y algo que fue común en casi todas las poblaciones en las que hubo fiesta, el reparto de una caridad o un refresco que, dependiendo del lugar y sus medios, pudo de ser de pan y queso, queso y vino o pan, o vino, a secas. Por supuesto. Bendecido todo ello en la función mayor, antes o después de la procesión a la que acompañó, en no pocos casos, ese personaje, mitad diablo, mitad duende, que tan familiar se nos ha hecho en los últimos tiempos: La Botarga.

 

La botarga de San Pablo, de Fuencemillán

   Se ha convertido en poco tiempo en una de las señas de identidad de la villa. Contaba el ilustre y siempre recordado etnógrafo José Ramón López de los Mozos, que se había buscado para la botarga de Fuencemillán una vestimenta moderna y una careta a la veneciana.

   Se recuperó en 1998, y para entonces el traje se lo cosieron, o compusieron, las mujeres de la Asociación de Vecinos La Fuente, que fue la que recuperó al personaje diabluno y danzarín, por lo que está a punto de cumplir los primeros veinticinco años de su nueva vida.

    Poco antes de acceder a la plaza Mayor de la villa, después de conocer que tuvo, como tantas localidades más de por aquí un pasado vinculado a la viticultura hasta que la filoxera terminó con la mayor parte del viñedo, nos podremos dar cuenta, tras dejar atrás el último costarrón que desde la ermita de la Soledad y su Calvario conducen a lo alto, que Fuencemillán presume de botarga.

   No es para menos. Pues si joven puede que sea todavía, se ha ganado su lugar entre las que por estos días han de salir a tintinear, cencerrear y recordarnos que nuestro folclore goza de buena salud y tiene una riqueza que se tiende desde las altas cumbres de la sierra hasta la frondosa Alcarria, pasando, claro está, por el retazo de la Campiña. Y que San Pablo, en Fuencemillán, se continúa celebrando. quinientos años después, de la primera noticia de su voto.

   Trabajo tienen las botargas en eso de espantar males. ¡A ver si, entre todas, se los llevan!

 

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara,  21 de enero de 2022


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miércoles

MEMORIA DE DON CARNAL Y SU SARDINA

 

MEMORIA DE DON CARNAL Y SU SARDINA.
El entierro de la sardina cierra los actos de carnaval


   Desde que el mundo es mundo al bicho humano le ha gustado eso de aparentar ser lo que no se es, y nada mejor para conseguirlo que esconderse detrás de una máscara que lo mismo nos convierte en dioses que en mendigos; en ricos que en pobres, en lobos que en corderos. De antiguo viene lo de enmascararse, y no precisamente a lo Guillen Lombardo de Guzmán, el personaje que, cuenta la historia, se ocultaba tras la del Zorro. Aquí de las máscaras de las que hablamos son las carnavalescas que por estos días han de comenzar a confundir la habitual con la imaginada. Máscaras que, llegado el miércoles de ceniza volverán a meterse en el baúl, a la espera de mejor ocasión. Pues la máscara, tradicionalmente asimilada al carnaval ha sido utilizada desde muy antiguo para toda clase de festejos sociales, religiosos o mortuorios.


   El miércoles de ceniza, sin embargo, la que se pone encima cualquiera de los mortales que sigue la celebración del día es la del luto, la del acabóse de la fiesta y torno a lo negro. Y entre lo negro del luto y las lágrimas tras la máscara, el entierro de la sardina.

   Que es cosa en la actualidad muy extendida esta de dar por finiquitado el carnaval con el remate festivo del entierro del pez; tan extendida como leyendas existen en torno a sus orígenes que, al final, pocos estudiosos han de atreverse a fechar y poner cimiento a la obra, salvo en lugares como Guadalajara, donde sí que tenemos la certeza de cuándo y cómo, por primera vez, salió a las calles el cortejo sardinero rematando el carnaval.

   La tradición atribuye al rey Carlos III la orden de enterrar una partida de sardinas que llegaron a Madrid en tan mal estado que no hubo más remedio que echarlas la tierra encima para que la pestilencia no se adueñase de la capital del reino. Sabido es que el olor putrefacto del pescado trasciende más allá de la mar. Lo que ya no está tan claro es en qué fecha  sucedió aquello y  en qué tiempo, que a juzgar  por el olor tuvo que serlo en días de bonanza, por aquello de que el frío conserva y el calor destruye. Claro que también hay quien atribuye el hecho a cuestiones políticas, del rey Carlos con alguno de sus ministros. Opiniones ha de haber para todos los gustos, de lo contrario la vida nos sería mucho más dichosa. Lo que sí que está claro es que una de las primeras representaciones pictóricas que de la procesión se tienen es la de nuestro medio paisano –por cercanía provincial-, Francisco de Goya, allá por el segundo decenio del 1800. De entonces a hoy las representaciones, en lienzo y papel no han sido precisamente escasas. Como que el tema se presta para la interpretación pictórica.







   Ramón de Mesonero Romanos, que en contar tradiciones madrileñas fue muy diestro, ya dejó retratado en sus escritos cómo se llevaba a cabo la comparsa del entierro en el Madrid de la década de 1840; entierro al que, en términos generales, se decía que contaba con la asistencia de todo Madrid. Y anterior a don Ramón fue un José Faraldo –o José de la Corte-, quien hizo descripción del santo entierro sardineril en un año clave, el de 1808. A partir de estos, claro está, todos los demás, desde Benito Pérez Galdós a Blasco Ibáñez, pues el entierro de la sardina, pasados los fastos de la guerra contra los franceses y la primera carlistada fue creciendo hasta llegar momento en el que se convirtió, en Madrid desde donde se exportó al resto de la patria hispana, en el entierro más famoso y popular que conocieron los humanos ojos pasando a ser una de las jornadas más significativas del periodo carnavalesco. Quizá porque representada su final y en él coincidían la muerte burlesca protagonizada por el pueblo, con la sentencia eclesiástica del polvo eres y en polvo te has de convertir.

   Era, desde luego, en sus orígenes, uno de esos usos extravagantes a los que se entregaban las gentes de baja condición, a juicio de los de alta, que se continuó celebrando, cada año con más entusiasmo, hasta llegar a nuestros días, con las lógicas interrupciones protagonizadas por pestes, guerras y prohibiciones. A pesar de quedar regulado al menos desde 1822.







   No fueron los pueblos de Guadalajara muy afines a la celebración hasta los años finales del siglo XIX, y no en todas partes se celebró la comparsa. Echando mano al relicario que es la prensa antigua apenas encontraremos datos de dos poblaciones, Brihuega y Jadraque, en donde en los años finales de aquel siglo y los comienzos del XX se tuvo presencia de la comitiva fúnebre del miércoles de ceniza.

   Pero sin duda Guadalajara capital, quizá por la cercanía con Madrid, tal vez porque quienes iniciaron el movimiento estudiaban en aquellas universidades, fue la pieza maestra de la celebración, que nos contó, a su manera, el insigne periodista Luis Cordavias, haciendo mención a la comparsa que en el mes de febrero de 1877 salió de la Plaza Mayor.

   La celebración había comenzado unos años antes, en 1870, siendo en este carnaval la primera vez en la que se celebró en Guadalajara el entierro que, como Luis Cordavias contaba, fue funeral de tarde para el que se alquilaban todos los asnos leñeros del Alamín y Bubierca, sin olvidar los machos del tío Sisón.








   La iniciativa había partido de uno de aquellos guadalajareños que estaban al todo, al plato y a las tajadas, don Miguel Mayoral quien, según propio testimonio, de regreso de México arribó a La Coruña, en donde ya se celebraba la cabalgata, y de allá nos la trajo, celebrándose aquel primer año, en el que había tal entusiasmo por figurar en la cabalgata que por el alquiler de disfraces se pagaban doscientas y trescientas pesetas y no faltó quien deseando vestir con propiedad un traje femenino consintió en que le perforasen las orejas para lucir magníficos pendientes.

   Se celebró ese de 1870, continuó con el siguiente, se interrumpió los del 72, 73 y 74 y volvió a celebrarse en 1875 por tercera vez. A partir de ahí, y hasta la década de 1930 continuó con mayor o menor éxito, exportado a las ya dichas localidades de Brihuega y Jadraque, siendo aquí donde a través de los asociados a La Benéfica alcanzó mayor popularidad, como colofón a uno de los carnavales más llamativos de la provincia de Guadalajara, como se nos cuenta en las crónicas de 1905 en que Bien entrada la noche (del miércoles de ceniza), hizo su aparición la mascarada del entierro de la sardina, llevando tras de sí al pueblo entero, como si se tratara de una procesión de las de mayor fervor, celebrando con risas prolongadas la audición de la célebre epístola de la badana y otros chistes de color. Sobre esbeltas andas y entre caprichosos faroles llevaban una colosal sardina con acompañamiento de muchas máscaras de blanco con antorchas encendidas, que daban más realce a la fiesta con lo que se hizo un paréntesis al carnaval, que aún le falta la cola, y esta ha sido el domingo de piñata.

   En Brihuega se celebró en las décadas de 1880 y 90, dejando de hacerlo en 1895 para recuperarse en 1933 y, tras la interrupción de 1936 y años siguientes, recuperarse, como en la mayoría de los pueblos, a partir de 1977. Siempre y cuando el tiempo no lo impidiese, que fueron muchos los años en los que la nieve no permitió entierro ni fogata; que con el pasar del tiempo la sardina, en lugar de acabar hundida en la tierra terminó siendo pasto de la hoguera.

   Quizá de los primeros años de la sardineril comparsa lo mejor sea el bando de 1877 repartido por don Miguel, convertido en Don Sinforiano Iturriberrigoicoerroetacoechea, entre otros títulos, Caballero de la Orden del Cangrejo y Dictador del Entierro de la Sardina, bando que, por supuesto, animaba a la diversión, antes del duelo.

   Así que, a don Miguel Mayoral debemos en Guadalajara el entierro del que, dejó escrito, se confesaba del pecado de haber sido iniciador y organizador.  

   Por cierto, aquellas sardinas de los tiempos de don Miguel Mayoral eran de madera, forradas en papel de estaño, de semejante tamaño que para trasladarlas al quemadero era preciso un camión del Cuartel de Ingenieros.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 1 de marzo de 2019




 TIERRA DE ATIENZA
LA COLECCIÓN LITERARIA DE LOS PUEBLOS DEL COMÚN DE VILLA Y TIERRA DE ATIENZA



 ALGUNOS TÍTULOS PUBLICADOS:

ALCORLO Y EL CONGOSTO.

Entre la Historia y el Agua



   Alcorlo fue un pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara, situado en uno de esos lugares que hoy diríamos de privilegio.





   En un pequeño valle surcado por uno de los principales ríos de la provincia, el Bornova. Cerrando el valle, dos grandes promontorios rocosos, El Congosto, horadado de cuevas prehistóricas.







 PALAZUELOS, SU CASTILLO Y SUS MURALLAS.
CORONA DE LOS MENDOZA


 Palazuelos es uno de esos hoy pequeños pueblos de la provincia de Guadalajara, a medio camino entre Sigüenza y Atienza; pedanía de la primera, a la que desde hace prácticamente cincuenta años pertenece como pedanía.
   Un pueblo con castillo, murallas y caserío, que ha sabido conservar su esencia un tanto medieval, por el que, en cualquier momento, pudieran aparecer aquellos personajes que han forjado su historia, o le han dado  nombre.





BUSTARES Y EL ALTO REY


Hubo un tiempo en el que, sin caminos que lo señalasen, atraídos por esa sana curiosidad de subir a lo más alto y otear cuanto más horizonte mejor, los hombres subieron a lo alto y nos dejaron sus reseñas. 




Y a pesar de que los tiempos han pasado, el Alto Rey siempre estuvo allí, y lo continuará estando, aunque de los pueblos que lo miraron falten las gentes. Allá arriba quedarán las leyendas vivas del monte mágico de la Serranía.



VILLARES DE JADRAQUE Y SUS VAQUILLONES

 

VILLARES DE JADRAQUE, Y SUS VAQUILLONES
Son, quizá, los figurantes más antiguos de nuestro carnaval

Tomás Gismera Velasco

   Las botargas, tan coloristas como saltarinas, diablunas y juguetonas son sin duda uno de los personajes más conocidos en los carnavales de algunos de nuestros pueblos. Botargas que simbolizando en unas ocasiones el mal y el bien en otras, terminan de la misma manera sean como sean, esto es, amansadas al mandato divino; pues la mayoría de ellas están asimiladas a algún santo patrón de las fiestas de invierno. Han dado, y lo continúan haciendo, seña de identidad a nuestra provincia, especialmente en los últimos años, en los que se han ido recuperando de aquellos lugares de los que marcharon, principalmente en poblaciones de la Campiña.

   Pero al margen de las demoniacas, danzarinas y bulliciosas botargas, el rico carnaval de la provincia se nutre de otras figuras, entre ellas, los vaquillones de Villares de Jadraque.





Villares de Jadraque
   Cuesta imaginarse la cara de sorpresa que debieron de poner los ingleses al verlos aparecer cuando, va para doscientos  años, se aposentaron, los ingleses, en la zona de Villares a la búsqueda del tesoro. El tesoro que escondían las entrañas de esta tierra en plata y en oro, cuando la riqueza minera sembró el entorno de Hiendelaencina y ascendió a las faldas de la montaña sagrada de la provincia, las del Alto Rey que miran y bendicen desde el origen de los tiempos estas tierras.

   Entonces, cuando los ingleses, antes de que lo hicieran los franceses, se aposentaron por aquí, Villares de Jadraque llegó a censar a cerca de cuatrocientos habitantes, hoy la cifra se reduce de tamaña manera que casi sobran dedos en las manos para contarlos; pero como entonces, estas continúan siendo tierras hermosas, de salvaje naturaleza que arroba el ánimo desde el momento mismo en que comienza el ascenso hacía la cumbre, a la vera misma del molino que toma el nombre del pueblo y parece partir en dos la carretera. Este molino es uno de tantos que le surgen a las aguas del Bornoba; uno de los muchos que desde que sus aguas comienzan su andarín recorrido hasta que lo rinden fueron industria de la que se sacó harina y electricidad. Molinos que, como está mandado, fueron de gentes importantes.




   Alguno que otro llegó a administrar por aquí don Benito Ibave, que desde Gascueña –entonces del Alto Rey-gestionó sus minas de plata, sus fábricas de luz, e incluso  sus salinas del Gormellón, en Cercadillo, que pasaron a su sobrino don Silverio casado con una hija de los Perucha de Hiendelaencina, que estos, los Perucha, fueron de los primeros forasteros en aparecer por aquí, pues ya andaban por estas tierras medio siglo antes.

   Villares fue durante mucho tiempo uno de esos pueblos inaccesibles, como la mayoría de los que se asientan a los pies del Alto Rey de la Majestad, divino y señorial.

   Por esta parte el Alto Rey se muestra menos agreste, más manso que por el otro lado de la sierra. Por aquí enseña su cara buena tendido al sol del Oriente.

   Villares de Jadraque era entonces inaccesible porque no había carretera para llegar a él. Tan duros eran los tiempos en los que se abrieron las carreteras que la mayoría de las que conducen a estos pueblos del Alto, se dejaron para lo último. Y con ese dejar las cosas para mañana, ya se sabe lo que pasa. Y lo que les pasó a todos estos pueblos que como los polluelos se arrebujan bajo las alas de la clueca, que es nuestro Santo Alto Rey de la Majestad que cuando se encabrita, y lo hace con más frecuencia de lo que debiera, deja al entorno sin luz eléctrica. Aunque a lo mejor eso no es cosa de nuestro Alto. Si de él dependiese es seguro que miraría mucho más por su gente. Eso, seguro, es cosa de la burocracia, como lo de dejar para lo último estas carreteras.

   Es de Jadraque, Villares, porque se encuadró en sus tierras, y en el sexmo del Bornoba, cuando don Pedro González de Mendoza se lanzó a truequetear tierras y se hizo con la mayoría de las que dominan la mirada por aquí. De ahí que cuando se llevó a cabo la instrucción para saber lo que había o dejaba de haber, en tiempos del segundo rey Felipe a fines del siglo XVI, se decía que pertenecían las tierras al Señor Marqués del Cenete, que era dueño de Jadraque, sus tierras sexmos e incluso de las vidas de sus pobladores. El Marqués, hijo de don Pedro.





   No sabemos si también de sus diablos, vaquillones, cornamentos o como los queramos llamar, que por llevar, cuernos llevan. Los vaquicas, les llamaron también, en plan finolis, antes de que se terminase el siglo XX.

   Nos decían sus representantes, en aquella indagación territorial del siglo XVI, que por sus caminos ni se iba a ninguna parte, ni a lugar señalado ni nombrado, y que celebraban fiestas por San Sebastián, San Fabián, Santa María Magdalena, Santa Quiteria, Santa Ana…

   Fiestas poco invernales, salvo las de los santos Fabián y Sebastián, que suelen ser carnavaleras y se celebran hermanadas el 20 de enero. Pero nada nos dicen de sus diablescas mascaradas; como tampoco nos hablan de ellas quienes siglos adelante se ocuparon en responder a don Fausto de Zaldívar, que parece fue el encargado de preguntar para lo del Catastro de Ensenada. Y es que, por aquellos siglos, no había costumbre de reseñar estas fiestas que, todo hay que decirlo, además de ir de alguna manera contra las leyes de la iglesia eran, por demás, festejos de gentes de baja condición, entendiendo en esto a quienes la sangre noble no les corría por las venas. Y si por estas tierras nos metemos, eran gentes dedicadas a la vaquería, al pastoreo, a vivir del monte en una palabra.

   De ahí que a los franceses, y a los ingleses, tan poco acostumbrados a las manifestaciones de esta nuestra tierra, tan señoritos ellos, les llamasen la atención nuestras costumbres y quisieran, como don Eugene Pierat, retratar las procesiones de Cogolludo; y don Edward Rowse, darse un garbeo por las ventas de la comarca. A don Eugene Pierat lo tuvieron que rescatar sus amigos de entre la marabunta de mozos cogolludenses, que vieron en el gesto del francés una ofensa a las tradiciones. A don Edward Rowse la broma le salió por 25.000 duros de los del siglo XIX.




Los Vaquillones
   Son, los vaquillones de Villares de Jadraque, los diablillos de la comarca del Alto Rey que, por estas fechas carnavaleras, se enseñorean como ellos solos saben hacerlo del amplio horizonte que sube desde Hiendelaencina hasta doblar la montaña en línea recta. El otro lado pertenece a otros diablos enmascarados, como el otro lado pertenece al hijastro de nuestro Alto Rey, al Ocejón.

   Cada cual en la ciudad, como en los carnavales de Venecia, se disfraza como quiere, o como puede. Y cada cual, por nuestras sierras, rinde culto a sus ancestros. Y representa lo que para ellos es poco menos que sagrado. Y se echa encima la cuerna de sus bueyes, sus toros o sus vacas; se enristra los cencerros que dieron cuenta de donde pacían en noches de luna; se arrebolan los cobertores de sus mulas, como antes lo hicieron con los pellejos de sus cabras, y sobre ellos se echan las amugas que cargaron la leña y el grano, se forran la cara para que no los conozcan y salen a rondar las calles. Amorcar, corretear, danzar, pitear…, y todo aquello que se nos pueda ocurrir.


   Reaparecieron, se había perdido entre los dobleces de la emigración, en 1988; de entonces acá cencerrean por estos remansos montañeros del Alto Rey majestuoso.

  La comparsa formaba parte de las fiestas de mozos, ya que eran ellos los encargados de dar vida a los festejos, reuniéndose en la casa del concejo donde tenían lugar sus meriendas y desde donde salían con el fin de hacer sus rondas musicales entre el domingo gordo y el de piñata, participando únicamente los jóvenes que estaban a punto de entrar en quintas. Sin que, una vez disfrazados, hablasen entre ellos con el fin de no ser reconocidos. O hablaban, a golpe de pito, chiflo o silbato.

   Las máscaras, que ahora son de arpillera, eran antes de animales de aquellos que, por estas tierras, se tildaban de salvajinos. Hoy todos se han domesticado, tanto que nos invitan con su gesto amable, sus cencerros, sus cuernos, sus chiflos, sus locas trotadas, sus colores y su rito ancestral, a conocerlos in situ. A ellos, y a su pueblo hermoso.

   Mañana salen a rondar, con su zorramango y todo lo demás. Id y veréis que si les dais la caridad, como la tradición manda, se amansarán.

   Son, con permiso de todos los demás personajes que por estos días nos vienen a ver, los ancestros más ancestrales de nuestro ancestral e ibérico carnaval. ¡Larga vida, y mucho cencerreo!


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria,
Guadalajara, 21 de febrero de 2020

TIEMPO DE CUERNOS, DIABLOS Y CENCERROS

 TIEMPO DE CUERNOS, DIABLOS Y CENCERROS.
Son el complemento de nuestro carnaval provincial

 

   Las botargas, tan coloridas como saltarinas, diablunas y juguetonas son, sin duda, uno de los personajes más conocidos en los carnavales de muchos de nuestros pueblos, a pesar de que en este año, tan diabluno y desalentador en sus inicios, nos prive de algunas de sus chuscadas. Botargas que simbolizando en unas ocasiones el mal, el bien en otras, están asimiladas la mayoría de ellas a las fiestas de invierno; y son las que han dado seña de identidad a nuestra provincia especialmente en los últimos años en los que se han ido recuperando.


 

   Pero al margen de las demoniacas, danzarinas y bulliciosas botargas, el rico carnaval de la provincia se nutre de otras figuras. Carnaval, o figurantes en él, que a pesar de esa maldad que nos aflige, y que comienza, como el Carnaval, por la misma letra C, merece la pena recordar.

 

Los diablos de Luzón

   Tras 25 años de silencio, reapareció el grupo en los inicios de la década de 1990 como personajes afines al carnaval local. Sus figurantes son representaciones pastoriles que se encuadran dentro del más puro estilo costumbrista y carnavalesco pastoril de la provincia. La comparsa la forman un numeroso grupo de diablos, entre ocho y doce, e idéntico grupo de mascaritas. Los diablos, hombres, y las mascaritas, mujeres, aparecen por separado para unirse finalmente en una única formación.

   Unos y otros se atavían en lugares independientes y por supuesto aparentemente desconocidos para el resto del vecindario que los ha de descubrir cuando les delate el sonido de zumbas y cencerros que en atronadora marabunta acompaña a los diablos desde el cercano paraje en campo abierto del que proceden, conocido como "el gallinero del tío Carlos".


 LUZÓN, ENTRE EL DUCADO Y EL SEÑORÍO (Conoce aqui el libro)

   El grupo de diablos está integrado por jóvenes o mozos de la localidad, ataviados con largos sayones de color negro que cubren todo su cuerpo, embadurnándose la cara en aceite y hollín hasta parecer negra; colocándose sobre sus cabezas unas enormes cuernas de vaca, toro o buey, que les dan un aspecto tenebroso, al tiempo que enseñan en su boca una dentadura hecha de patata, atándose a la cintura ristras de cencerros y zumbas con las que completan su diablesco aspecto. Desde el paraje señalado, y a la carrera, hacen su entrada en la población, que no tarda en verse sacudida por el sonido que éstos producen en su carrera, recorriendo de ésta manera las calles del pueblo.

   Por otro lado han salido las mascaritas, mujeres que cubren sus rostros con telas finas o arpillera, y llevan vestidos blancos adornados de flores; mantones floreados y pañoleta a la cabeza, y a las que los diablos se emplean en acometer, como lo hacen con chiquillos y espectadores a los que tiznan de hollín.

   Desde la plaza Mayor, lugar de encuentro para ambos grupos, darán una vuelta más al pueblo para retornar a aquella, donde tiene lugar la posterior merienda de hermandad y fiesta consiguiente en la que los enmascarados descubren sus rostros.

 

Vaquillones de Carnaval de Villares de Jadraque

   Tras un buen número de años de interrupción, la reaparición definitiva de los vaquillones de Villares de Jadraque tuvo lugar en 1988.

   Cubren sus rostros con caretas de esparto o aspilleras, y la cabeza con un sombrero de paja, el cuerpo con cobertores rojos, semejantes a los utilizados antaño para las caballerías. Sobre los hombros portan las amugas, en cuya parte delantera sujetan los cuernos, y los cencerros en la trasera.

   Formaba también parte de las fiestas de mozos, ya que eran estos los encargados de dar vida a los festejos, reuniéndose en la casa del concejo donde tenían lugar sus meriendas y desde donde salían con el fin de hacer sus rondas musicales entre el domingo gordo y el de piñata, participando únicamente los jóvenes que estaban a punto de entrar en quintas, así como quienes ya lo habían hecho. Sin que, una vez disfrazados, hablasen entre ellos con el fin de no ser reconocidos.


 VILLARES DE JAFRAQUE Y SUS VAQUILLONES (aquí te presentamos el libro)

 

Botargas y Mascaritas de Almiruete

   Como en tantas otras localidades de la provincia, y tras un buen número de años de silencio, reapareció en 1985, había dejado de celebrarse en 1964; reunidos en la actualidad bajo la denominación de Cofradía de Botargas y Mascaritas de Almiruete.

   Las máscaras empleadas en cubrir sus rostros son mayoritariamente representaciones de animales: cabras, cerdos, jabalíes, etc. Tanto el número de botargas como el de mascaritas han ido aumentando con el paso de los años; en la actualidad son más de dos docenas en cada uno de los dos grupos.

   Los botargas, hombres, solían vestirse en lugar secreto, con atuendo propiamente de pastor, para llegar al pueblo por el paraje llamado de La Linde, tras anunciar su presencia con un insistente toque de cuerna, el mismo toque con el que antaño los pastores anunciaban su salida o llegada a las poblaciones. Visten las botargas trajes semejantes, de color blanco, gorro mitrado y floreado, la careta correspondiente y una ristra de cencerros a la cintura, con los clásicos atributos propios del pastor: abarcas, garrote, o polainas.

   La aparición de éstos, que es tenida como el despertar primaveral, es a primeras horas de la tarde, tras el toque de cuerna, descendiendo del cerrillo de San Sebastián en ordenada comparsa; gobernados por el alcalde de mozos, y guiados por el constante retumbar de sus cencerros para hacer su entrada en el pueblo y recorrerlo por dos veces, hasta encontrarse al cabo de éstas con las mascaritas, mujeres ataviadas igualmente con vestidos blancos orlados de flores y mantones floreados; cubriendo la cabeza con pañoleta y sombrero de paja; la cara se oculta tras una redecilla o arpillera.

   Se visten igualmente en un lugar aparentemente secreto y esperan a los botargas en la plaza para dar todos juntos una vuelta más al pueblo; para las mascaritas la única y para los botargas la tercera, recogiendo del lugar en el que previamente han sido depositadas, bolsas con tiznes y pelusas, que arrojan sobre el público a su entrada en la plaza.

  Tras esto, todos se desprenden de sus caretas colocándose los botargas un típico sombrero serrano de paño negro, para compartir con los vecinos una bota de vino que va pasando de mano en mano.

   En 1998 reapareció entre el grupo un nuevo personaje: el de la vaquilla, a semejanza del mismo figurante que encontraremos en otras localidades, y que aquí se emplea en acometer a botargas, mascaritas y espectadores, provocando las risas unas veces y el temor las demás. Junto a esta tampoco faltan el oso y su domador, o lo que es lo mismo, el mal y el bien; el domador es quien lo lleva atado por una cadena en lo que ha de ser una rememoración de los espectáculos medievales que recorrían los pueblos en siglos pasados.

   Al cabo de la tarde mascaritas y botargas solicitan entre los vecinos el somarro, antiguamente carnes de cerdo de la última matanza, que eran empleadas en hacer para los participantes una cena en lugar secreto, ya que de ser conocido les era habitualmente taponada la chimenea de la casa en la que se reunían a cenar, provocando su salida ante el humo que de esa manera llenaba el interior.

   Por lo general de año a año cambian las caretas, ya que, conforme se asegura en la cofradía, son pocos los que reaprovechan la del año anterior, que pasa en muchos casos a sus colecciones particulares, o al museo de la población.

 

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   En tiempo pasado la comparsa estaba compuesta por los mozos del pueblo, que adquirían ese honor al cumplir determinada edad, entre los 16 y 17 años. En la actualidad no hay edad que impida la pertenencia a la hermandad, y el disfrute general de los actos.

   En 2006 abrió sus puertas el llamado “Museo de Botargas y Mascaritas de Almiruete”, levantado sobre el solar que ocupaba el antiguo Ayuntamiento, donde se recrean las máscaras del carnaval y puede hacerse un completo recorrido a través de imágenes antiguas y modernas, al igual que de trajes y personajes, sobre el significado de estas “Botargas y Mascaritas”.

   Tres formas distintas de sentir el color, y la tradición, en días en los que el carnaval provincial llama a nuestras puertas, antes de que las campanas toquen a silencio. Aunque su celebración, por salud general, tenga que ser virtual.

   A pesar de ello, no hay mayor y mejor deseo: que la pelusa de las botargas reparta suerte y salud. Sobre todo, y este más que ningún otro año, mucha salud.

 


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 12 de febrero de 2021

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LAS MADERADAS Y LOS GANCHEROS DEL TAJO
El transporte fluvial de la madera en Guadalajara

 

   El río Tajo es el más largo de la Península Ibérica, atravesando una gran parte de ella desde su nacimiento en los Montes Universales, en la Sierra de Albarracín, hasta unir sus aguas con las del Océano Atlántico por Lisboa, tierras de Portugal. A lo largo de sus 1.007 kilómetros de recorrido atraviesa parte de las provincias de Teruel, Cuenca, Guadalajara, Madrid, Toledo y Cáceres, por aquí se adentra y pierde en el país vecino. 

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   Fue también uno de los más caudalosos de la provincia, y por su extensión de los que más afluentes recibe, y recibió. En la actualidad su curso se interrumpe con embalses y pantanos, en Guadalajara y Cáceres principalmente. Embalses y pantanos que de alguna manera comenzaron a interrumpir una de las industrias que, nacidas conforme cuentan algunas historias en los años finales del siglo XV llegó hasta los años medios del siglo XX, cuando embalses y pantanos hicieron poco menos que aquella desapareciese. También es cierto que la moderna industrialización ayudó a ello. Se trataba del transporte de maderas a flote por las aguas. Las conocidas maderadas. Una forma sencilla y económica de transporte, aunque no fuese nada rápida y dependiese, más que de la destreza o habilidad de los hombres, de la fuerza y corriente del río, por ello el tiempo del transporte de la madera por el río solía iniciarse en los últimos días del invierno e inicios de la primavera, para aprovechar los deshielos de las cumbres que a través de los afluentes engordasen el río, cesaban por algunos meses a partir de septiembre u octubre, con la llegada de los fríos invernales.

   Cuentan las viejas historias que la vez primera en la que por el Tajo bajaron desde las altas sierras de la comarca de Molina de Aragón las maderas fue cuando el cardenal don Pedro González de Mendoza ideó la construcción en Toledo del Hospital de la Santa Cruz. Un Hospital para la acogida a los niños huérfanos y desamparados de la ciudad en el que se emplearía, como en las construcciones de aquellos tiempos, mucha madera.


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 GUADALAJARA Y SUS SANTAS RELIQUIAS

   En el cristianismo el culto a las reliquias se inició en el siglo IV, sin embargo, la prohibición vigente en el Imperio Romano de abrir los sepulcros, impuso el hábito de extender la veneración a paños que habían hecho pasar por dichos sepulcros, o al aceite de las lámparas que los iluminaban, como ejemplo puedo citar que en la propia villa de Atienza, los devotos solían llevarse el aceite de la lámpara votiva del Cristo del Amparo, patrono la villa, en la creencia de que era milagrosa. Pronto se dejaron de cumplir aquellas disposiciones romanas, sobre todo en Oriente, a donde llegaron las reliquias de San Juan Bautista, San Esteban y de otros muchos santos de la cristiandad.


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   Si bien en sus comienzos la iglesia fue contraria a las reliquias, abominando incluso de quienes hubiesen estado en contacto con los cadáveres.

   Po supuesto que las reliquias más importantes dentro de la iglesia católica son las que forman parte de la vida y muerte de Jesús, de la Virgen María, de los Apóstoles…, y entre todas ellas, las reliquias de la Pasión.

   De las espinas de la corona algunas llegaron a la provincia de Guadalajara, donde se conservan al menos en las poblaciones de Atienza y Prados Redondos. También llegaron a la catedral de Sigüenza; así como a las iglesias de Alcocer y de San Andrés, en Guadalajara.

   Su historia, en ocasiones, puede resultar demasiado enrevesada, puesto que se alternan realidad y leyenda. Lo conocido, en la mayoría de las ocasiones, comienza a estar escrito a partir de los siglos XVI o XVII –cuando lo está-, en otras es una simple referencia.

   También llegaron decenas de Lignum crucis; alguna Santa Sábana, una piedra de la circuncisión…; y muchas más reliquias de santos, apóstoles y mártires… una muela de Santa Apolonia, una espalda de un Santo Inocente; la cabeza de San Fortunato; un dedo de San Blas…



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GUADALAJARA, FERIAS Y MERCADOS



La feria, según las enciclopedias, es una institución mercantil de periodicidad generalmente anual o bianual. En la que se realiza la contratación de la compra venta de todo tipo de productos, y que está dotada de un régimen jurídico particular que reglamenta su funcionamiento

   Las ferias fueron, a lo largo de la historia, un motor económico para los pueblos que las celebraron, así como para sus comarcas, al tiempo que una fuente de ingresos para el concejo o a través de este para el señor de la tierra.






  Desde su establecimiento, se celebraron ferias a lo largo y ancho de España, y de la provincia de Guadalajara, hasta épocas recientes, tal y como recordamos las ferias primitivas. Habiendo quedado, al día de hoy, reducidas en la mayoría de los casos a una, o unas jornadas festivas, en las que se recuerdan oficios primitivos.

   La historia de la actual provincia de Guadalajara nos lleva a recordar que la feria provincial más antigua fue la de Brihuega, que viene de 1215. 

La de Cifuentes es concesión de Fernando III en 1242, y en Tamajón conservan el documento real signado por Alfonso X, en 1259, autorizando la feria.



   Tras estas, parejas en el tiempo, llegarían muchas más.

   A través de las páginas siguientes nos acercaremos a todas y cada una de las ferias y mercados de la provincia de Guadalajara.

 

 
BOTARGA LA LARGA, CARNAVAL EN GUADALAJARA


Uno de los personajes centrales del carnaval en la provincia de Guadalajara es la figura de la botarga, que con ligeras variantes en cuanto a su función o vestimenta, aparece en algunas poblaciones y casi siempre en las festividades relacionadas con el carnaval. 
 


 
 GUADALAJARA EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA. LA PROVINCIA BAJO LA EPIDEMIA

 En 1834 el cólera morbo llegó a España, y a la provincia de Guadalajara. Fue la primera gran epidemia, a la que sucederían, a lo largo del siglo XIX, tres más. Decenas de pueblos se vieron diezmados por el mal, miles de personas murieron. Esta es la historia de aquellos días. Del temor de los pueblos y del heroísmo de quienes se enfrentaron a la muerte, arriesgando sus vidas




Se trata, el que aquí se presenta, de un libro de investigación como pocos anteriormente se han llevado a cabo, sobre un tema médico que forma parte de la historia de la provincia: "Jamás hibiéramos sospechado que este tema llegara a formar parte de las indispensables obras de la biblioteca guadalajareña. Hoy, tras la lectura de esta obra, rotundamente si", dice su prologista, el Dct. Francisco Javier Sanz Serrulla, Académico de la Real de Medicina, de cuya Biblioteca la obra forma parte.

Cuatro fueron las grandes epidemias que la provincia de Guadalajara padeció a lo largo del siglo XIX, la primera en 1834, la segunda en 1855, la tercera en 1865 y la cuarta en 1885, que en algunas poblaciones todavía se recuerda como "el año del cólera". Epidemias que dejaron miles de muertos.

El libro, finalista del Premio Layna Serrano de Investigación Histórica por la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara, ha sido, y continúua siendo, una página de estudio para cuantas personas han tratado de datar y documentar, pueblo a pueblo, lo que sucedió durante aquellos años.

                                              El cólera en Jadraque
                                              Real Academia Nacional de Medicina