Botargas de Guadalajara
Botargas de Guadalajara. El libro de las botargas y los enmascarados de la provincia de Guadalajara. Correo: gismeraatienza@gmail.com
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VAQUILLONES DE VILLARES DE JADRAQUE
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EN TORNO A FUENCEMILLÁN Y SU BOTARGA DE SAN PABLO
EN TORNO A FUENCEMILLÁN, Y SU BOTARGA DE SAN PABLO. La botarga de San Pablo, en Fuencemillán, pondrá color y tradición a la población, un año más
Fuencemillán nació como espacio urbano alrededor de su actual iglesia. Si bien se apunta igualmente que la fundación de la población pudo estar situada en el entorno de la fuente que en la parte baja del pueblo habría dado, además, nombre a la primitiva aldea, conocida como “La Fuente de Millán”.
Respecto a sus orígenes, nos apunta quien fuese cronista provincial Juan-Catalina García López en sus “Aumentos” a las Relaciones Topográficas, editadas en 1903, que no cree que el pueblo se remonte a mucho más allá de la Edad Media, introduciéndonos en unos orígenes que estarían entre los siglos XIV y XVI, a pesar de que algunos restos de su iglesia nos mandan a los tiempos del románico, quizá a los años finales del siglo XIII.
Lo que sí que está claro es que su historia está ligada a la tierra de Cogolludo desde que esta pasó a pertenecer, primero, a la Orden de Calatrava; después a los todopoderosos Medinaceli que mandaron alzar en la plaza de aquella villa una de las enseñas provinciales a través del gran y elegante palacio que al día de hoy es embeleso, al menos, en esta parte de la provincia de Guadalajara.
La Villa de Fuencemillán
El 21 de julio de 1705, el rey don Felipe V concedía a los fuencemillenses el título de Villa, desvinculándolos de Cogolludo para algunos temas relacionados con la justicia local, que era de lo que se trataba; comprando, puesto que el proceso de la obtención del título de villazgo no era sino una transacción mediante compra de derechos a la corona, su propia libertad en aquel sentido.
No salió mal parada la hacienda real con el otorgamiento a Fuencemillán de su anhelado título. Entre todos los vecinos, reunidos sin duda en Concejo, tuvieron que ayuntar, para pagar aquel derecho, los 570.000 maravedíes de vellón en que los oficiales del rey tasaron título y derechos que, a pesar de todo, fue protestado por el concejo de Cogolludo; sin éxito, por supuesto. Los duques de Medinaceli y marqueses de Cogolludo, entendiendo que se respetaban sus derechos señoriales y continuarían cobrando, entre otras partidas, sus mil trescientos reales de alcabalas, dieron el obligado visto bueno.
El 30 de julio de aquel 1705, el juez nombrado por el rey, don Eugenio de Vivar, con todas las formalidades habidas y por haber, hizo entrega del título de Villa. Alzando los de Fuencemillán, en señal de ello, la picota jurisdiccional en la plaza y la horca en el que entonces se denominaba “cerrillo de los Corrales”; pues para aquel tiempo ya estaba extendida la norma, o ley, de que las ejecuciones a la última pena por semejante método, tuvieran lugar fuera de las poblaciones; de ahí que en tantas exista, cercano a ellas, el “cerro de la horca”.
A pesar de que todas las formalidades se cumplieron, los alcaldes de Cogolludo entraron en la nueva villa, mientras en ella se celebraba el acto de entrega de su título, vara en alto, protestando e interrumpiendo la fiesta; regresando a su casa con la cabeza baja.
Nombres para la historia
Algunos apellidos familiares destacaron a lo largo del tiempo en la historia de Fuencemillán. Apellidos que, cosa lógica, llegaron de otras partes y aquí se aposentaron quienes los ostentaron. Entre ellos el Conde, el Leal, el Magro o el Zurita.
Carmen Leal, cuyos pasos salieron de Fuencemillán, fue una de aquellas mujeres que triunfaron en el Madrid de los últimos años del siglo XIX en el mundo de la zarzuela y de la copla, antes de cruzar el mar y continuar haciéndolo al otro lado, por las Américas, en el primer decenio del siglo XX; y su primo, don Genaro Leal Conde pudo ser, si la desgracia no hubiese acompañado los pocos años que disfrutó de vida, uno de los grandes pintores provinciales de su tiempo.
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Aquí nació en 1867, dio sus primeros pasos, comenzó a soltarse en aquello de emborronar lienzos y, tras obtener una de las becas de estudios de la Diputación provincial, los continuó en Roma y se significó en la Academia de Bellas Artes de Madrid, donde fue alumno de Casto Plasencia; ejerciendo después como profesor numerario de dibujo en los institutos de Burgos y de Soria.
Ya colgaba alguno de sus lienzos en las salas de la Diputación de Guadalajara cuando, desde Soria, optó al magisterio del instituto de nuestra capital en tiempos en los que la enfermedad lo vino a visitar, llevándoselo a su caverna el 23 de diciembre de 1904.
Don Pedro Magro, que fue clérigo de la villa, fundó en ella el Hospital de Transeúntes en el primer tercio del siglo XVII, y su sobrino, don Santiago Magro y Zurita, de la nada, alcanzó a ser uno de los canonistas más prestigiosos de su tiempo, el que medió entre el último tercio del siglo XVII y el primero del siguiente. Tampoco la suerte fue aliada en sus destinos; el 5 de mayo de 1732 fue nombrado para ocupar la Fiscalía de la Audiencia de La Coruña y, al día siguiente, falleció.
La fiesta de San Pablo
La iglesia de Fuencemillán está dedicada a San Juan Bautista, perteneciendo al arciprestazgo de Tamajón y a la diócesis de Toledo hasta bien entrado el siglo XX y su fiesta principal, desde que se tiene noticia de ella, estuvo dedicada a San Pablo.
Ya en aquellas más que estudiadas Relaciones Topográficas que nos mostraron parte de la vida de nuestros pueblos hasta los últimos años del siglo XVI se habla de ella; las Relaciones de Fuencemillán se llevaron a cabo en Cogolludo, como correspondía por ser esta la cabeza de la tierra, el 20 de diciembre de 1580 ante el Licenciado Zavala, compareciendo a su presencia Juan Benito, regidor del lugar; al señor Licenciado confesó que en Fuencemillán: tienen por abogado al Señor San Pablo y que le guardan su fiesta porque le tienen voto de ello en el dicho lugar…
Años después lo mismo, más o menos, respondieron a don Antonio Ariza, Juez Subdelegado para el establecimiento de la Única Contribución.
Para entonces, para cuando don Antonio Ariza se personó en Fuencemillán, el 22 de marzo de 1752, ya tenían los vecinos su título de villa, sus alcaldes ordinarios y sus regidores propios. Entre todos volvieron a repetir que su fiesta no era otra que la de San Pablo, la conversión de San Pablo para ser más precisos, que celebraban por todo lo alto como una más de las fiestas invernales que tanto predicamento tienen por los cuatro puntos del horizonte provincial.
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Fue costumbre desde los más remotos tiempos, que estas fiestas invernales fuesen celebradas a lo grande por los pueblos, San Antón, San Ildefonso, La Candelaria, San Sebastián, o San Blas con música de gaita, función mayor y algo que fue común en casi todas las poblaciones en las que hubo fiesta, el reparto de una caridad o un refresco que, dependiendo del lugar y sus medios, pudo de ser de pan y queso, queso y vino o pan, o vino, a secas. Por supuesto. Bendecido todo ello en la función mayor, antes o después de la procesión a la que acompañó, en no pocos casos, ese personaje, mitad diablo, mitad duende, que tan familiar se nos ha hecho en los últimos tiempos: La Botarga.
La botarga de San Pablo, de Fuencemillán
Se ha convertido en poco tiempo en una de las señas de identidad de la villa. Contaba el ilustre y siempre recordado etnógrafo José Ramón López de los Mozos, que se había buscado para la botarga de Fuencemillán una vestimenta moderna y una careta a la veneciana.
Se recuperó en 1998, y para entonces el traje se lo cosieron, o compusieron, las mujeres de la Asociación de Vecinos La Fuente, que fue la que recuperó al personaje diabluno y danzarín, por lo que está a punto de cumplir los primeros veinticinco años de su nueva vida.
Poco antes de acceder a la plaza Mayor de la villa, después de conocer que tuvo, como tantas localidades más de por aquí un pasado vinculado a la viticultura hasta que la filoxera terminó con la mayor parte del viñedo, nos podremos dar cuenta, tras dejar atrás el último costarrón que desde la ermita de la Soledad y su Calvario conducen a lo alto, que Fuencemillán presume de botarga.
No es para menos. Pues si joven puede que sea todavía, se ha ganado su lugar entre las que por estos días han de salir a tintinear, cencerrear y recordarnos que nuestro folclore goza de buena salud y tiene una riqueza que se tiende desde las altas cumbres de la sierra hasta la frondosa Alcarria, pasando, claro está, por el retazo de la Campiña. Y que San Pablo, en Fuencemillán, se continúa celebrando. quinientos años después, de la primera noticia de su voto.
Trabajo tienen las botargas en eso de espantar males. ¡A ver si, entre todas, se los llevan!
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 21 de enero de 2022
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miércoles
MEMORIA DE DON CARNAL Y SU SARDINA
TIERRA DE ATIENZA
LA COLECCIÓN LITERARIA DE LOS PUEBLOS DEL COMÚN DE VILLA Y TIERRA DE ATIENZA
PALAZUELOS, SU CASTILLO Y SUS MURALLAS.
BUSTARES Y EL ALTO REY
VILLARES DE JADRAQUE Y SUS VAQUILLONES
TIEMPO DE CUERNOS, DIABLOS Y CENCERROS
TIEMPO DE CUERNOS, DIABLOS Y CENCERROS.
Son el complemento de nuestro carnaval provincial
Las botargas, tan coloridas como saltarinas, diablunas y juguetonas son, sin duda, uno de los personajes más conocidos en los carnavales de muchos de nuestros pueblos, a pesar de que en este año, tan diabluno y desalentador en sus inicios, nos prive de algunas de sus chuscadas. Botargas que simbolizando en unas ocasiones el mal, el bien en otras, están asimiladas la mayoría de ellas a las fiestas de invierno; y son las que han dado seña de identidad a nuestra provincia especialmente en los últimos años en los que se han ido recuperando.
Pero al margen de las demoniacas, danzarinas y bulliciosas botargas, el rico carnaval de la provincia se nutre de otras figuras. Carnaval, o figurantes en él, que a pesar de esa maldad que nos aflige, y que comienza, como el Carnaval, por la misma letra C, merece la pena recordar.
Los diablos de Luzón
Tras 25 años de silencio, reapareció el grupo en los inicios de la década de 1990 como personajes afines al carnaval local. Sus figurantes son representaciones pastoriles que se encuadran dentro del más puro estilo costumbrista y carnavalesco pastoril de la provincia. La comparsa la forman un numeroso grupo de diablos, entre ocho y doce, e idéntico grupo de mascaritas. Los diablos, hombres, y las mascaritas, mujeres, aparecen por separado para unirse finalmente en una única formación.
Unos y otros se atavían en lugares independientes y por supuesto aparentemente desconocidos para el resto del vecindario que los ha de descubrir cuando les delate el sonido de zumbas y cencerros que en atronadora marabunta acompaña a los diablos desde el cercano paraje en campo abierto del que proceden, conocido como "el gallinero del tío Carlos".
LUZÓN, ENTRE EL DUCADO Y EL SEÑORÍO (Conoce aqui el libro)
El grupo de diablos está integrado por jóvenes o mozos de la localidad, ataviados con largos sayones de color negro que cubren todo su cuerpo, embadurnándose la cara en aceite y hollín hasta parecer negra; colocándose sobre sus cabezas unas enormes cuernas de vaca, toro o buey, que les dan un aspecto tenebroso, al tiempo que enseñan en su boca una dentadura hecha de patata, atándose a la cintura ristras de cencerros y zumbas con las que completan su diablesco aspecto. Desde el paraje señalado, y a la carrera, hacen su entrada en la población, que no tarda en verse sacudida por el sonido que éstos producen en su carrera, recorriendo de ésta manera las calles del pueblo.
Por otro lado han salido las mascaritas, mujeres que cubren sus rostros con telas finas o arpillera, y llevan vestidos blancos adornados de flores; mantones floreados y pañoleta a la cabeza, y a las que los diablos se emplean en acometer, como lo hacen con chiquillos y espectadores a los que tiznan de hollín.
Desde la plaza Mayor, lugar de encuentro para ambos grupos, darán una vuelta más al pueblo para retornar a aquella, donde tiene lugar la posterior merienda de hermandad y fiesta consiguiente en la que los enmascarados descubren sus rostros.
Vaquillones de Carnaval de Villares de Jadraque
Tras un buen número de años de interrupción, la reaparición definitiva de los vaquillones de Villares de Jadraque tuvo lugar en 1988.
Cubren sus rostros con caretas de esparto o aspilleras, y la cabeza con un sombrero de paja, el cuerpo con cobertores rojos, semejantes a los utilizados antaño para las caballerías. Sobre los hombros portan las amugas, en cuya parte delantera sujetan los cuernos, y los cencerros en la trasera.
Formaba también parte de las fiestas de mozos, ya que eran estos los encargados de dar vida a los festejos, reuniéndose en la casa del concejo donde tenían lugar sus meriendas y desde donde salían con el fin de hacer sus rondas musicales entre el domingo gordo y el de piñata, participando únicamente los jóvenes que estaban a punto de entrar en quintas, así como quienes ya lo habían hecho. Sin que, una vez disfrazados, hablasen entre ellos con el fin de no ser reconocidos.
VILLARES DE JAFRAQUE Y SUS VAQUILLONES (aquí te presentamos el libro)
Botargas y Mascaritas de Almiruete
Como en tantas otras localidades de la provincia, y tras un buen número de años de silencio, reapareció en 1985, había dejado de celebrarse en 1964; reunidos en la actualidad bajo la denominación de Cofradía de Botargas y Mascaritas de Almiruete.
Las máscaras empleadas en cubrir sus rostros son mayoritariamente representaciones de animales: cabras, cerdos, jabalíes, etc. Tanto el número de botargas como el de mascaritas han ido aumentando con el paso de los años; en la actualidad son más de dos docenas en cada uno de los dos grupos.
Los botargas, hombres, solían vestirse en lugar secreto, con atuendo propiamente de pastor, para llegar al pueblo por el paraje llamado de La Linde, tras anunciar su presencia con un insistente toque de cuerna, el mismo toque con el que antaño los pastores anunciaban su salida o llegada a las poblaciones. Visten las botargas trajes semejantes, de color blanco, gorro mitrado y floreado, la careta correspondiente y una ristra de cencerros a la cintura, con los clásicos atributos propios del pastor: abarcas, garrote, o polainas.
La aparición de éstos, que es tenida como el despertar primaveral, es a primeras horas de la tarde, tras el toque de cuerna, descendiendo del cerrillo de San Sebastián en ordenada comparsa; gobernados por el alcalde de mozos, y guiados por el constante retumbar de sus cencerros para hacer su entrada en el pueblo y recorrerlo por dos veces, hasta encontrarse al cabo de éstas con las mascaritas, mujeres ataviadas igualmente con vestidos blancos orlados de flores y mantones floreados; cubriendo la cabeza con pañoleta y sombrero de paja; la cara se oculta tras una redecilla o arpillera.
Se visten igualmente en un lugar aparentemente secreto y esperan a los botargas en la plaza para dar todos juntos una vuelta más al pueblo; para las mascaritas la única y para los botargas la tercera, recogiendo del lugar en el que previamente han sido depositadas, bolsas con tiznes y pelusas, que arrojan sobre el público a su entrada en la plaza.
Tras esto, todos se desprenden de sus caretas colocándose los botargas un típico sombrero serrano de paño negro, para compartir con los vecinos una bota de vino que va pasando de mano en mano.
En 1998 reapareció entre el grupo un nuevo personaje: el de la vaquilla, a semejanza del mismo figurante que encontraremos en otras localidades, y que aquí se emplea en acometer a botargas, mascaritas y espectadores, provocando las risas unas veces y el temor las demás. Junto a esta tampoco faltan el oso y su domador, o lo que es lo mismo, el mal y el bien; el domador es quien lo lleva atado por una cadena en lo que ha de ser una rememoración de los espectáculos medievales que recorrían los pueblos en siglos pasados.
Al cabo de la tarde mascaritas y botargas solicitan entre los vecinos el somarro, antiguamente carnes de cerdo de la última matanza, que eran empleadas en hacer para los participantes una cena en lugar secreto, ya que de ser conocido les era habitualmente taponada la chimenea de la casa en la que se reunían a cenar, provocando su salida ante el humo que de esa manera llenaba el interior.
Por lo general de año a año cambian las caretas, ya que, conforme se asegura en la cofradía, son pocos los que reaprovechan la del año anterior, que pasa en muchos casos a sus colecciones particulares, o al museo de la población.
ALMIRUETE. Entre el Ocejón y las Botargas. Un libro para conocer su ayer y su hoy (pulsando aquí)
En tiempo pasado la comparsa estaba compuesta por los mozos del pueblo, que adquirían ese honor al cumplir determinada edad, entre los 16 y 17 años. En la actualidad no hay edad que impida la pertenencia a la hermandad, y el disfrute general de los actos.
En 2006 abrió sus puertas el llamado “Museo de Botargas y Mascaritas de Almiruete”, levantado sobre el solar que ocupaba el antiguo Ayuntamiento, donde se recrean las máscaras del carnaval y puede hacerse un completo recorrido a través de imágenes antiguas y modernas, al igual que de trajes y personajes, sobre el significado de estas “Botargas y Mascaritas”.
Tres formas distintas de sentir el color, y la tradición, en días en los que el carnaval provincial llama a nuestras puertas, antes de que las campanas toquen a silencio. Aunque su celebración, por salud general, tenga que ser virtual.
A pesar de ello, no hay mayor y mejor deseo: que la pelusa de las botargas reparta suerte y salud. Sobre todo, y este más que ningún otro año, mucha salud.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 12 de febrero de 2021
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El transporte fluvial de la madera en Guadalajara
El río Tajo es el más largo de la Península Ibérica, atravesando una gran parte de ella desde su nacimiento en los Montes Universales, en la Sierra de Albarracín, hasta unir sus aguas con las del Océano Atlántico por Lisboa, tierras de Portugal. A lo largo de sus 1.007 kilómetros de recorrido atraviesa parte de las provincias de Teruel, Cuenca, Guadalajara, Madrid, Toledo y Cáceres, por aquí se adentra y pierde en el país vecino.
EL LIBRO, PULSANDO AQUÍFue también uno de los más caudalosos de la provincia, y por su extensión de los que más afluentes recibe, y recibió. En la actualidad su curso se interrumpe con embalses y pantanos, en Guadalajara y Cáceres principalmente. Embalses y pantanos que de alguna manera comenzaron a interrumpir una de las industrias que, nacidas conforme cuentan algunas historias en los años finales del siglo XV llegó hasta los años medios del siglo XX, cuando embalses y pantanos hicieron poco menos que aquella desapareciese. También es cierto que la moderna industrialización ayudó a ello. Se trataba del transporte de maderas a flote por las aguas. Las conocidas maderadas. Una forma sencilla y económica de transporte, aunque no fuese nada rápida y dependiese, más que de la destreza o habilidad de los hombres, de la fuerza y corriente del río, por ello el tiempo del transporte de la madera por el río solía iniciarse en los últimos días del invierno e inicios de la primavera, para aprovechar los deshielos de las cumbres que a través de los afluentes engordasen el río, cesaban por algunos meses a partir de septiembre u octubre, con la llegada de los fríos invernales.
Cuentan las viejas historias que la vez primera en la que por el Tajo bajaron desde las altas sierras de la comarca de Molina de Aragón las maderas fue cuando el cardenal don Pedro González de Mendoza ideó la construcción en Toledo del Hospital de la Santa Cruz. Un Hospital para la acogida a los niños huérfanos y desamparados de la ciudad en el que se emplearía, como en las construcciones de aquellos tiempos, mucha madera.
GUADALAJARA Y SUS SANTAS RELIQUIAS
En el cristianismo el culto a
las reliquias se inició en el siglo IV, sin embargo, la prohibición vigente en
el Imperio Romano de abrir los sepulcros, impuso el hábito de extender la
veneración a paños que habían hecho pasar por dichos sepulcros, o al aceite de
las lámparas que los iluminaban, como ejemplo puedo citar que en la propia
villa de Atienza, los devotos solían llevarse el aceite de la lámpara votiva
del Cristo del Amparo, patrono la villa, en la creencia de que era milagrosa.
Pronto se dejaron de cumplir aquellas disposiciones romanas, sobre todo en
Oriente, a donde llegaron las reliquias de San Juan Bautista, San Esteban y de
otros muchos santos de la cristiandad.
GUADALAJARA Y SUS SANTAS RELIQUIAS (I). El libro pulsando aquí
Si bien en sus comienzos la
iglesia fue contraria a las reliquias, abominando incluso de quienes hubiesen
estado en contacto con los cadáveres.
Po
supuesto que las reliquias más importantes dentro de la iglesia católica son
las que forman parte de la vida y muerte de Jesús, de la Virgen María, de los
Apóstoles…, y entre todas ellas, las reliquias de la Pasión.
De las
espinas de la corona algunas llegaron a la provincia de Guadalajara, donde se
conservan al menos en las poblaciones de Atienza
y Prados Redondos. También llegaron a la catedral de Sigüenza; así como a las iglesias de Alcocer y de San Andrés, en Guadalajara.
Su
historia, en ocasiones, puede resultar demasiado enrevesada, puesto que se
alternan realidad y leyenda. Lo conocido, en la mayoría de las ocasiones,
comienza a estar escrito a partir de los siglos XVI o XVII –cuando lo está-, en
otras es una simple referencia.
También
llegaron decenas de Lignum crucis; alguna Santa Sábana, una piedra de la
circuncisión…; y muchas más reliquias de santos, apóstoles y mártires… una muela
de Santa Apolonia, una espalda de un Santo Inocente; la cabeza de San
Fortunato; un dedo de San Blas…
GUADALAJARA Y SUS SANTAS RELIQUIAS (I). El libro pulsando aquí
GUADALAJARA, FERIAS Y MERCADOS
BOTARGA LA LARGA, CARNAVAL EN GUADALAJARA
Real Academia Nacional de Medicina